Wednesday, October 17, 2007

EJERCICIO NUMERO 4

Caminamos en silencio un par de cuadras. Podríamos habernos separado antes, pero seguíamos uno al lado del otro como si los cuerpos no estuvieran de acuerdo con las palabras, esas malditas que a veces pican como abejas cuando podrían acariciar como plumas.
Miraba su oreja, esa zona entre su oreja y el cuello, esos cabellos delgados que hacían remolinos, su zona de ventoleras, sus corrientes marinas. Cuántas veces me había despertado mirándola dormir y había jugado con esas ondas entre mis dedos. Entonces ella despertaba lentamente y sonreía con suavidad, buscaba mi mano bajo las sábanas y la tomaba entre las suyas y se daba vuelta diciendo "cucharita". Así quedábamos juntos unos minutos más antes de levantarnos día tras día, año tras año. Echar de menos la voz pequeña, la niña que hablaba después de hacer amor; ese juego de dedos entre dedos, ese piano pequeño que le saca notas de felicidad a la piel que se toca. La misma rutina que nos mata es la que echáremos de menos para siempre.
Callé los próximos dos minutos, ella abrió la puerta, caminé por el pasillo que recorrí dos años como una feria con fruta fresca de verano y al final en este invierno helado que quemó las mejores paltas; tomé lentamente los discos que se amontonaban sobre la mesa del equipo (revisando que estuvieran dentro, claro, uno por uno mientras ella sentada al frente me miraba fijamente), y entonces levanté la cabeza y por última vez nos perdimos unos segundos en los ojos. Una mirada que dura un suspiro y que no se olvida en toda una vida. O quizás en varias y es lo que vamos buscando, vida tras vida. Y claro, esta noche y muchas noches más que vendrán, me aferraré a esas hermosuras de ideas que son la resurrección y la reencarnación, pero esa de vivir la misma vida una y otra vez luchando por no cometer para siempre los mismos fatales errores, las malas estrategias, las fúnebres ideas que cambian el curso de las cosas.
Nos dimos un abrazo medianamente largo, no lloramos, no podíamos, pero sí suspiramos. Bajé las escaleras, los cuatro pisos rápidamente -no quería esperar ese maldito ascensor, no quería ver mi reflejo solitario en ese espejo donde penarán para siempre esas tantas veces que nos reímos besamos discutimos jugamos- me subí al auto y puse en la radio el cd nuevo de Radiohead, que es lo único en el mundo que esa noche no me la recordaría. Tomé otra calle y me fui sin rumbo. Eran las 2:15 de la mañana, estaba nublado pero se veía la luna y no hacía frío (afuera).

(Inspirado libremente en Lo Bueno de Llorar de Matías Bize)

2 comments:

nadie said...

que intensamente triste

Cpunto said...

el ejercitar para aprenderse de memoria y
luego hacerse adios,
no, no,

cuánto de eso en una sola mano,