Almorcé con Piñera en La Moneda. Hágase esa. Raro. Pero pasó.
Me bajé del metro Moneda y estaba ese inconfundible aroma a lacrimógena. Confieso me da un poco de nostalgia. Me recuerda cuando era joven, no me perdía ninguna marcha y me creía dueño de la verdad. Cuando pensaba que sólo era posible eso que se hacía realidad en mí, lo que yo creo y lo que yo imagino. Lo cierto es que cuando uno es joven es facho. De izquierda o de derecha, pero facho al fin y al cabo. Tiene blanco y negro en el pantón. Pero ojo: lo bonito es que cuando tenía dieciocho años había un dictador que era insufriblemente más facho que yo. Un clásico. Militar, con aparato de represión famoso, puesto en el lugar por Nixon, auspiciado por Kissinger. Un Hit en Amnistía Internacional.
Comentario pertinente: Qué lejos estamos de la cabeza de Nicanor Parra que decía que “Los Auténticos Radicales son a la vez de Izquierda y de derecha”. Claramente no se refería a que veía el futuro en el centro centro como Fra Fra o que apostaba por la democracia cristiana. Sospecho que se refería a mantener la cabeza fresca, abierta, lejos de las casillas. Nos es imposible imaginar un mundo sin casillas, con diseños propios. La voz original, la válida en estos años es la de la independencia. Y eso me llevaba –consciente o inconscientemente- a un almuerzo con Piñera. La independencia, pero también la curiosidad, las ganas de escuchar y ver con mis propios ojos lo que otros han contado. Ganas de sapear, finalmente, digamos las cosas como son en el país de los espejismos.
Nunca había estado con dirigentes de la derecha. El año 2.009 me tocó conocer a gran parte del aparato concertacionista para la campaña de Frei y me quedó un gusto raro. Ver caer las estructuras por las que siempre votaste, verlos sin asombro ni interés por conocer un nuevo mundo fue decepcionante. Escucharlos hablar de ofertones, de multicanchas, de rencores entre ellos, nos hizo saber tempranamente que perderíamos. Gente que no se comunica entre sí por agotamiento. Pero claro, uno pudo salirse del barco como una rata en naufragio, pero nunca fue la idea. La idea era ver completa la película, aunque fuera amarga e incluso, terriblemente fome.
Por otro lado, le tengo cierta bronca a la derecha porque representa al establishment codicioso. Porque no sueña sino calcula. Pero en rigor casi todos los políticos de los últimos años han estado a favor del modelo que hoy se cae a pedazos en el mundo entero. Es curioso como hoy buscan la explicación por los bajos índices de aprobación cuando están a la vista. ¿Dónde viven? ¿Siguen leyendo La Segunda? No es casual que la queja se haya hecho sentir con el advenimiento de las redes sociales, donde cualquier pelagato como uno puede decir lo que piensa y unirse a las voces que nos representan, cuando ningún medio de comunicación lo hace. Una de las mejores trampas del poder económico es la más simple: controlar la información para que no se genere opinión adversa al modelo. Con las redes, ese elemento que han tratado de desvirtuar y de bajar el perfil, se terminó la fiesta del manejo de la opinión. Ahora la pauta editorial está compartida.
Pero lo cierto es que un día me invitan a conversar con el Presidente que eligió el país. Claramente un mal día, con paro nacional. Pero ya lo dije: la agenda no la pongo yo y los errores y/o aciertos comunicacionales tampoco. Yo soy un civil de oposición invitado a La Moneda. Con ganas de ver en vivo y en directo y en persona al Presidente Piñera. Entonces decido ir. Es un gusto caro, claramente, pero así son los gustos: caros.
Y bueno. Decía que me bajo del Metro Moneda y afuera están los zorrillos y los Guanacos, todo el zoológico que suelta el poder cuando el pueblo se manifiesta. Olor a lacrimógena, sutil pero presente al fin y al cabo. Llegamos a uno de los bordes enrejados y le decimos al carabinero que tenemos una reunión dentro del palacio. “Con quién” pregunta. “Con el Presidente Piñera”, decimos. Nos mira con cara de “si claro” y llama por radio a quién sabe uno. Llamamos por teléfono al interior y nos dicen que nos bajarán a buscar. Llega un agente de civil con cara de Sr. Smith y nos dice si somos los del almuerzo. Sí. Somos. Pasen, por favor. Vamos camino a la entrada y escuchamos de espaldas como retan al carabinero de manera destemplada. Nota mental 1: qué pega ser carabinero. Te tienen bronca todos y te retan otros con mayor rango.
Decimos nuestros nombres y una carabinera guapa que bien podría estar en la televisión diciendo el tiempo toma nuestros datos, revisa una lista y nos indica por dónde debemos pasar. Crucen el patio y al fondo a la izquierda hay una escalera. Por ese lugar suben otra escalera y aseguran habrá otra carabinera -igual de guapa- esperándonos. Justamente, estaba. Igual de guapa. Atravesamos un pasillo con cuadros de Fray Pedro Subercaseaux, bustos de Presidentes y muebles de la colonia. La Moneda es un palacio hermoso. Exuda historia. Nota mental 2: las veces que he ido a la Moneda escucho como vuelan aviones por encima y bombardean. Siempre creo que voy a ver a Allende casco y metralleta en mano. Siento el olor a incendio, el humo. Inevitablemente soy de esa generación que fue marcada por ese bombardeo infame que destruyó una República y separó familias. Al menos desde mi punto de vista. Al menos desde la realidad en la que me tocó nacer.
Nos llevan a un salón y empiezo a saludar a un grupo muy heterogéneo de gente de la cual conocía a la mitad. Nuevamente chicas lindas de La Moneda, todo el mundo muy atento, unos mozos sirviendo bebidas (faltó el pisco sour, claramente), y conversando de manera distendida. Nota mental 3: una de las críticas más idiotas que escuché después del almuerzo fue que cómo acepté ir con un grupo de gente que no estaba a la altura. A todos ellos les digo que tengan ojo, el clasismo es un Alien que toma muchas y diversas formas para actuar y comerte el cerebro. O el alma. Como si uno fuera mejor o peor que otros. Como si todo tuviera que ser homogéneo siempre, como si uno tuviera que prolongar las comunas de Santiago en la vida misma. Acá los de Vitacura, allá los de la Florida, por ahí los de Huechuraba, pero nunca juntos. Acá los artistas, allá los organilleros, por acá los panaderos, y en el segundo piso los sastres. Los que hicieron esos comentarios debieran avergonzarse. Están formateados para mantener las diferencias que tanto critican. Tienen, finalmente, al enemigo dentro.
Después de veinte minutos (donde varias veces estuve pensando en saltar por una ventana), llega Cecilia Morel a saludar. Muy amable. Diez minutos después hace su aparición Sebastián Piñera Echenique junto a fotógrafo y cámara de vídeo. El mismísimo Piñera. Según algunos el malvado millonario que no se conformó con ser trillonario sino que quiso tomarse el mundo, nuestro Lex Luthor; según otros, el hombre que con su gestión iba a entregarle al país lo que la concertación no fue capaz en veinte años. Según el libro Historia de un Ascenso un personaje capaz de mofarse de quienes tiene al frente sin descaro cuando no le gusta lo que escucha; según otros una mente privilegiada que lo ha logrado todo con tenacidad y habilidad. Sea como sea el hombre, pensaba yo, era la persona a la que no sólo iba a escuchar, sino a la que le quisiera decir un par de cositas. Sino, para qué estaba ahí. La frescura de la clase media, claro. La patudez del que sin saber cómo ni por qué tenía esa oportunidad.
Camino al comedor había un busto de Pedro Aguirre Cerda. Lo indico y pienso en voz alta “educación para todos”. Un joven de la Moneda me mira y aún no sé si sonrío o hizo una mueca. Pero algo hizo con la cara. Creo que le dolió la guata. Nota mental 4: se acerca un personero de La Moneda y me dice que voy a estar sentado al frente del Presidente. ¿Qué? ¿Al frente? Sí. Al frente. Afortunadamente no fue así. Quedé casi al frente, lo que me daba un rango de acción en tres cuartos para ocultarme tras un tenedor.
Una vez sentados nos sirven un carpaccio de pescado con vegetales. Una copa de vino blanco y otra de agua. Y empieza una conversación sobre twitter (qué más se puede decir de twitter por favor), que luego empieza a entrar de a poco en el mundo de las redes sociales. Piñera habla sobre el abuso y una sociedad que ya no quiere más de eso (era cosa de mirar por la ventana y ver los guanacos y los zorrillos), y se da algo que yo sospechaba desde siempre. Aparecen los porcentajes, los indicadores, los gráficos, esa manera de medir permanente. Esto es complejo pero cierto: hay una manera de entender al mundo que viene desde el mercado y la gestión, pero que de mi humilde manera de ver las cosas tiene más que ver con La Nación. Con eso trascendente que somos, una suerte de corpus invisible pero que existe. Debo decir que me sorprendió encontrar los mismos códigos durante la campaña de Eduardo Frei. Puros números, poca, cero emoción. Como si el retail se hubiera comido todo, como si fuera La Niebla de John Carpenter. No soy tan idiota: gobernar es una mezcla entre indicadores y cierta sintonía con la emoción del pueblo. Pero me asombra no ver la diferencia entre una campaña política, gobernar y una reunión para vender sopa. No pueden ser lo mismo. Nota mental número 5: Los números no van primero. Va primero la idea. La intención. Después vemos como la implementamos. Simple.
Lo cierto es que estuve callado durante la entrada y el plato de fondo. Escuchando, asombrado, interesado y a veces no tanto en lo que planteaba la gente presente.
Nota mental neutra: Creo pertinente decir que cada uno de los que estuvo debe referirse y hacerse cargo de lo que dijo. Cada cual sabrá si quiere hacer público lo que comentó. Para sapo me basta el almuerzo.
Me mandan un recado cerca del postre: “te voy a dar la palabra”, dice el encargado del almuerzo. "Dale”. Se me aprieta algo la guata, pero tampoco tanto. Para que estoy ahí si no digo algo al menos. Claramente no por el carpaccio. Y ya había escuchado harto.
Me presentan como publicista y participante del lanzamiento de Violeta y como opositor y contendor durante la campaña de Eduardo Frei. “He visto hartas cosas”, le digo al Presidente Electo que me mira creo por primera vez. Y les cuento el caso de Violeta de Wood: los exhibidores, gente de números, indicadores y fórmulas, dijeron que con suerte le daban 30.000 espectadores a una película sobre una folclorista en la era del regetón. Que lo hacían casi por amor al arte. Y ahí fue como se tuvieron que comer sus palabras con una película que va a llegar fácilmente a los 250.000 tickets cortados. ¿Qué pasó ahí? Un profundo desconocimiento de la clase media, la real, no la que se ha estereotipado en C1 C2 C3 como dicta el mercado, sino la que se une, disfruta y sufre lo mismo. Entonces, Presidente, tengo la sospecha tirada a certeza de que aquí en La Moneda sufren el síndrome del exhibidor. Que la elite está desconectada de la realidad. El movimiento social no va a parar porque no son los jóvenes ni los estudiantes sino es la clase media, la familia. Claro, ustedes no van a las marchas, Presidente. “Imagínese Javier si yo fuera a las marchas” dice Piñera y lo secunda Chadwick. Y claro: en ese segundo vi una escena con death metal de fondo y el presidente huyendo de una horda con antorchas, palas y palos. Claro, ellos no pueden ir, pero sospecho que los suyos sí. Es ver a esa clase media alta, media y baja unida, como una sola, con la misma convicción y no medida por ingresos. Sospecho que aquí hay mucho MBA pero poca calle, dije. Piñera sonrío (quizás imaginando que me clavaba el tenedor en el cuello). Luego le hice una pregunta que un taxista le mandó (le pregunté al taxista “si usted almorzara con el presidente hoy, qué le diría?") Aquí va: Si usted perteneciera al 94% que está todo cagado y no al 6%, ¿de qué lado estaría Presidente? “Usted también pertenece al 6% Javier”, me dijo Piñera. Vaya que estoy lejos del 1% entonces pensé. Vaya que está mal el indicador entonces si me estoy comiendo la línea de crédito de vez en cuándo, pensé. O qué fuerte el país porque acá se salva sólo el 2% o algo así. O sea que estamos muy mal. Pero vaya que se sacó bien el pillo con la pregunta que, digámoslo, finalmente no contestó.
Escucharon con atención eso sí. Una cosa es no responder y otra hacerse los locos. Ni Chadwick, la Primera Dama y el Presidente electo hacían "lalalalalalalalala" mientras uno planteaba lo que pensaba.
Fact: las dirigencias políticas entendieron tarde que el mundo cambió. Se lo tratan de explicar y entender pero no llegan tan allá. Están formateados por el siglo XX. Y en el siglo XXI la cosa cambió radicalmente. Desde Gutemberg que no hay un cambio tan radical en la información, desde la revolución industrial que el mundo no se transformaba como con la digital. El mundo giró con el impacto del cometa de los bites. Y dejó a algunos desorientados. En especial a los dinosaurios. A los voraces. A los que no pueden adaptarse al Nuevo Socialismo existente en las redes. Que nada tiene que ver con Lenin. Ni con Stalin. Ni con Mario Palestro. Hoy la ecuación es conversación + colaboración + participación. Si Usted no cree en ninguna de ellas, sujétese. Será un fósil.
Eso es todo. Un almuerzo que no va a cambiar el estado de las cosas, ni va a dar educación de calidad para todos, ni va a acabar con el abuso de las empresas sobre los consumidores, ni con la política chanta que promete y no cumple. Un almuerzo entre gente de las redes sociales y El Gobierno.
Los que esperaban que hubiera llevado un chaleco de TNT y volara el salón están re locos como muchos que vi después en las redes. Una tropa enardecida, babosa, que buscaba culpables, traidores, quemar a Frankenstein, fusilar en la Plaza de la Constitución, atacar ( y hacerlo de ladito, sin @, sin dirigirse de frente), dictando cátedras morales desde sus notebooks y muchos con tejado de vidrio, poniéndose a la altura moral de Balmaceda, Prat o Allende (qué caraduras). Confieso que fui de los menos afectados, pero me asombró lo destemplado del lenguaje y la exageración esquizofrénica por un grupo de personas que dialogaron un día en La Moneda. Les pregunto, ¿se consideran democráticos?
Como soy bien educado, debo decir Gracias por la Invitación a almorzar Presidente. Gracias Pablo Matamoros. De eso se trata la democracia. Escuchar. Conversar.
Nota mental 6 y final: En lo profundo agradezco la invitación porque me aclaró quiénes están cerca de uno y quiénes lejos; quiénes saben qué y quién es uno y lo que piensa y cuánto cree en las convicciones que lleva dentro. A los que se creen intelectualmente superiores y que me dijeron que me llevaban engañado un día de paro o a los más perspicaces que pensaron que fui a ver si salía con una gerencia de LAN o de Bancard, les digo: háganse hombrecitos o mujercitas y péguense un día un pique a sentarse con un opositor y díganle lo que piensan. Pero no se escondan detrás del notebook. Y no se confundan: es mala la democracia en la que estamos parados, pero es democracia al fin y al cabo. Si quieren enfrentarse contra un dictador, contra la CNI, contra el Mal, tienen mucha suerte: llegaron 25 años tarde a ese infierno. Se lo perdieron y debieran estar felices. Como también debieran mirarse para adentro y ver como marcan sus índices de tolerancia y democracia interna. La última vez que no se dialogó en este país volaron Hawker Hunters sobre ese palacio. Y pasó lo que espero tengan claro pasó.
Lo importante: hoy el enemigo es un modelo egoísta y que habita en todos los estamentos de la sociedad, que se ha colado por todas las rendijas. Y los Estudiantes la están peleando. Porque son la cara visible de una clase media que se manifiesta por las redes sociales y que se mostró para decir lo que quiere, sueña, necesita y piensa. Y lo hizo para poner orden y finalmente para quedarse. Saliendo de La Moneda me quedó solo una cosa clara: gracias al Pulento, estamos viendo como se cayó un modelo abusador y lleno de letras chicas. Hay algo para celebrar: se les acabó la fiesta.